Explosión de la Iglesia de la Encarnación

LOCALIZACIÓN.

Plaza de España, ciudad de Motril.

Coordenadas:  -3.520973,36.745684

36.695871°/ -3.435337°

FECHA/PERIODO:  Guerra de España.

DESCRIPCIÓN FÍSICA DEL LUGAR DE MEMORIA.

La Iglesia Mayor de la Encarnación fue construida entre 1510 y 1514 sobre el solar de la antigua mezquita Alixara por el alarife granadino Alonso Márquez. Se trata de un templo gótico-mudéjar de una nave rectangular provista de grandes arcos, con cuatro pares de capillas laterales entre contrafuertes, y una capilla mayor ligeramente más ancha[1]. Su disposición actual es fruto de la reconstrucción realizada en 1943 tras su práctica destrucción en la explosión de 1938.

LOCALIZACIÓN.

1. Mapa topográfico nacional.

CONTEXTO HISTÓRICO.

La ciudad de Motril fue recuperada para la República el día 25 de julio de 1936[2] tras diferentes enfrentamientos entre elementos derechistas de la ciudad apoyados por algunos guardias civiles, carabineros y soldados llegados desde Granada, y las fuerzas leales locales que recibieron la ayuda de refuerzos procedentes de Salobreña y Málaga. A partir de ese momento, la Iglesia Mayor de la Encarnación tuvo diferentes usos civiles, entre ellos, el de prisión. El día 10 de febrero de 1937 la ciudad de Motril fue ocupada por el Ejército italiano y la iglesia volvió a ser lugar de culto, con excepción de la cripta que fue utilizada como polvorín.

DESCRIPCIÓN DE LOS HECHOS QUE JUSTIFICAN SU INCLUSIÓN.

El día 21 de enero de 1938 explosionó, por causas posiblemente fortuitas, el polvorín situado en la cripta de la iglesia, matando a 14 personas. Sus restos se encuentran en el cementerio municipal. La iglesia fue reconstruida en 1943.

Reproducimos el texto publicado por el historiador Jesús González Ruiz[3]

“El hecho lo recoge en el artículo «La Iglesia» José Garcés Herrera (†), transcrito por Gerardo Pérez Martín, en el núm. 12 de la colección Ingenio: «[…] De pronto comienza a salir humo denso por la puertecita que junto a la que fue capilla de los Dolores comunicaba su sacristía con la iglesia. Unos a otros se avisaban y, al fin, la justificada y general alarma cundiendo y sembrando el natural terror dispersó en todas direcciones a los circunstantes que salieron o intentaron salir por donde cada cual pudo. Pero no fueron muchos los que lograron una salida salvadora. Momentos después se produjo la explosión que sembrando de víctimas la ya totalmente destruida iglesia, sobrecogió también de horror a los vecinos de Motril y a mucha distancia a la redonda. Fue una explosión enorme, inenarrable, que se oyó a muchas leguas de distancia. Los materiales de la robusta y sólida fábrica de la iglesia volaron en todas direcciones, o se estrellaron rotos, cuarteados y desechos sobre el suelo que hasta entonces los había sustentado. Y quedó totalmente destruido el hermoso crucero, la edificación toda del lado oeste de la iglesia, las capillas de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la del Corazón de Jesús, la de la Virgen del Rosario, la de los Dolores, la de san Juan Nepomuceno y, por supuesto, la de la Virgen de Lourdes y naves en donde estaban situados los altares de san José, de santa Teresa y toda la nave exterior lindante con la plaza de la Constitución. Un desastre. Ahora sí que nos habíamos quedado sin nuestra iglesia […]».

La hija de Garcés Herrera, Isabel Garcés Arcos (†) amplia información: «En aquella mañana, en Motril se hizo de noche. Fue como uno de esos días de nublado intenso. Desde una ventana de mi casa pude ver grandes bolas de fuego que se deshacían en la medida que se iban acercando al suelo, dejando tras de sí una estela de lumbre. El desconcierto reinaba por doquier. Las personas que se libraron de aquello salían a la calle como zombies. Con las miradas perdidas, los brazos caídos, como si fueran autómatas […]. Entre los cascotes una mano sostenía un rosario. Cuando todo había pasado, desde mi casa pude ver cómo se retiraron después los explosivos que no estallaron. Yo conté hasta 14 camiones cargados. No sé si antes de contados habían sacado alguno más. De haber explotado todo el polvorín el siniestro hubiese revestido dimensiones mayores».

«Hubo tres fuertes explosiones aquel día. La primera hizo abrir la puerta de cristales que cerraba la clase [se refiere a un aula de la escuela de Federico Gallardo del Castillo]. Ante el ruido ensordecedor los niños huyeron despavoridos hacia la calle. Al momento el cielo se oscureció por el efecto de la pólvora en suspensión y la caída de edificios. La tercera explosión fue la peor».

El hecho luctuoso dejó a muchas personas heridas de mayor o menor gravedad y once muertos, cada uno de ellos en distintas circunstancias: los sacerdotes que oficiaban la liturgia Serafín Pol López y Domingo Ortigosa Santos, y los siguientes ciudadanos: Ángeles Herrera, José Serrano de la Rosa, Josefa Martínez Romera, José Antonio Castillo Ruiz, Antonio Sánchez Vera y Salomé Gil López, José Viñas González, Mariana Martín Martos y Pedro González Martín, mi abuelo. Carmen González Martín (†) mi tía, lo explicaba así: «Yo venía de comprar cisco en una carbonería cercana a mi casa, cuando la explosión. Motril se oscureció. Todos sabían que mi padre estaba en la iglesia. Incluso algunos le vieron salir, pero al no aparecer en mi casa, un tío mío le buscó por todas partes, incluso en los hospitales de Granada y de Málaga sin ningún resultado, hasta que la persistencia de una moscarda delató la presencia del cuerpo sin vida de mi padre»

La prensa local, provincial y nacional ni mencionan el hecho. Hasta el momento no hay constancia escrita o documental, tampoco de la existencia de una comisión de investigación que exigiese las responsabilidades militares, eclesiásticas y civiles que hubiera lugar. Al gobernador militar de Granada Antonio González Espinosa, al coronel Francisco Rosaleny y Burguet, comandante militar de Motril ⸺se le concede una plaza a su nombre⸺; al teniente coronel de infantería Fernando Villalba Escudero, jefe del sector de Motril ⸺se le nombra hijo adoptivo y predilecto de Motril⸺; al arzobispo de Granada Agustín Parrado García y al párroco de la Encarnación Salvador Huertas Baena, por la evidente connivencia con el Ejército, pues tuvieron que autorizar la colocación del polvorín en las criptas de una iglesia que estaba abierta al culto, y la ciudad objeto de bombardeos por la aviación republicana, con los consiguientes riesgos hacia la población. Finalmente, al alcalde de Motril Manuel Garvayo Bermúdez de Castro y a la corporación municipal, también por su permisividad.

Notas al pie de página

[1] Cruz Cabrera, José Policarpo (1999) La transformación de un templo en fortaleza militar. La iglesia mayor de Motril. Cuadernos de arte de la Universidad de Granada, ISSN 0210-962X, Nº 30, 1999, págs. 49-65.

[2] Gil Bracero, R y López Martínez, M (1997) Motril en guerra: de la República al franquismo (1931-1939). Asukaría Mediterránea. ISBN 84-89685-09-6

[3] González Ruiz, Jesús (14-09-2020). La Iglesia Mayor y el Polvorín (I y II). https://www.facebook.com/jesus.gonzalezruiz.9235

Bibliografía y fuentes documentales:

Cruz Cabrera, José Policarpo (1999) La transformación de un templo en fortaleza militar. La iglesia mayor de Motril. Cuadernos de arte de la Universidad de Granada, ISSN 0210-962X, Nº 30, 1999, págs. 49-65.

Gil Bracero, R y López Martínez, M (1997) Motril en guerra: de la República al franquismo (1931-1939). Asukaría Mediterránea. ISBN 84-89685-09-6

González Ruiz, Jesús (14-09-2020). La Iglesia Mayor y el Polvorín (I y II). https://www.facebook.com/jesus.gonzalezruiz.9235

Imágenes de la explosión 1y 2: Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares.